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Calicante

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Oscar Pineda

El amor se demuestra en vida

Hoy quiero compartirles la historia de Ricardo, un hombre bueno que vivió y murió en la más triste de las soledades.

Tenía una rara enfermedad que lo había dejado casi paralítico; a sus 49 años dependía de un andador o de una silla de ruedas para moverse.

Aunque tenía familia (hermanos, primos, tíos) Ricardo solo contaba en realidad con una de sus hermanas y con algunos de sus sobrinos que de vez en cuando le apoyaban con dinero para sus medicamentos o para comer.

Antes de morir su padre lo encargó con Martha, la mayor de sus hermanas y, para que el joven desvalido no tuviera que andar tumbos, lo nombró heredero de sus pocos bienes que incluían la pequeña casa donde vivían, un modular, un abanico sin protectores, una colección de billetes antiguos; una medalla con el Sagrado Corazón de Jesús y unos cuantos años de pensión.

Todo fue bien mientras duró la pensión, pues, aunque Ricardo tenía dificultades para moverse por sí mismo, se las arreglaba para salir a comer sus antojos cada catorcena que llegaba la pensión.

Así pasaron los ocho años que había estipulado el gobierno sobre el pago de la pensión y fue entonces cuando comenzó a batallar.

Afortunadamente su hermana Martha, que siempre lo vio como uno más de sus hijos, siempre estuvo presente y se convirtió en su principal sostén hasta que la mala suerte la alcanzó también a ella y la amarró a una silla de ruedas.

Ante la imposibilidad de su hermana para seguirlo ayudando, porque vivían en casas separadas, Ricardo construyó una amistad con doña Chelo, una señora de esas rellenitas que siempre tienen una sonrisa y disposición para servir a los demás.

Doña Chelo, quien era su vecina, es viuda desde hace muchos años y aunque es casi 20 años mayor que Ricardo se convirtió en su nueva mejor amiga y proveedora de alimentos calientes.

Ricardo solía pedir dinero a sus sobrinos y a su hermana Martha y en cuanto lo recibía lo compartía con su compañera de pláticas interminables, Chelo, para comprar comida y refresco.

Tembeleque, sostenido milagrosamente por un andador al que también le bailaban las patas, Ricardo se paraba en la entrada de su casa y despertaba a Chelo muy temprano por la mañana.

¿Qué quieres Ricardo? Solía responderle ella por la ventana que daba hacia la casa de Ricardo. Vente a platicar, no pude dormir, le decía él.

Y así empezaba su día, con un café, un pan y la inagotable plática de Chelo, quien se apuraba pasado el mediodía para preparar la comida.

La noche del día dos de noviembre, Día de Muertos, fue la noche en que Dios decidió llevarse a Ricardo.

El dictamen médico reveló que murió de un infarto fulminante. Lo encontraron en la mañana acostado en su cama, como si estuviera dormido.

Yo estuve en su funeral, y lo que nunca hago lo hice esta vez; me acerqué al ataúd para verlo por última vez en esta vida.

Su cara reflejaba una paz interior que no había visto antes; de verdad parecía como un niño dormido.

Ahí, frente a su cuerpo inerte, me sentí tan apenado de no haberlo visitado lo suficiente, de no haberlo ayudado lo suficiente, de no haber conversado con él lo suficiente, como cuando éramos chamacos.

Se que está en un mejor lugar, lo deseo de corazón y también me alegro porque ya está con sus padres que tanto amaba.

Se lo llevaron el día de muertos, dijo una de las personas que asistieron al velorio. No se si sea así pero estoy seguro que ahora está con ellos.

POSDATA…

En vida abraza a la gente que quieres, diles que los quieres, platica con ellos, porque mañana tal vez sea demasiado tarde.  Excelente fin de semana. ¡Bendiciones!

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