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Calicante

CALICANTE

Oscar Pineda

 

La noche más larga…  

 

Era el verano de 1981. A las 3:30 de la madrugada alguien toca desesperado a la puerta de la parroquia de San Juan, en el valle de los cerros.

Exaltado, el padre Juanito despierta y de un salto sale de la cama dando gritos ¿Quién es, por vida de Dios Santísimo?

Padre, responde una voz desesperada, ¡se me muere mi niño, necesita que le de la bendición, por favor ayúdelo!

Al abrir el viejo portón de la parroquia el padre Juanito quedó perplejo al ver a dos jóvenes, casi niños, con un bulto enredado entre cobijas retorciéndose y bramando como un animal.

¡Entren rápido! Dijo apenas recobró el aliento. Miró a todas partes y hacia la plaza que estaba en penumbras, para ver si no había mirones y cerró la puerta con las dos trancas para que nadie pasara.

Como pudo se colocó la sotana sin el alza cuellos, se enredó un rosario en la mano derecha y condujo al joven matrimonio hasta el templo por un pasillo angosto y oscuro.

El niño seguía retorciéndose y gritando como si fuera un animal herido.

¿Está bautizado? Preguntó el Padre. No, dijo Franco quien estaba pálido del miedo. Necesitamos bautizarlo inmediatamente, urge que traigan a los padrinos, es requisito indispensable. Dense prisa.

Alicia salió desesperada a buscar a una madrina y a un padrino para su hijo. Era la única posibilidad de evitar que se fuera de este mundo sin la bendición de Dios.

Mientras corría bajo la oscura noche, Alicia recordó que a unas cuantas cuadras de la iglesia vivía Joaquín, un primo hermano de Franco, pero era ateo, parrandero y mujeriego; seguramente no aceptaría.

Temiendo no alcanzar con vida al pequeño Marquito, Alicia decidió jugarse todo a la voluntad de Dios y tocó a la puerta de Joaquín, quien salió entre dormido pero aceptó por tratarse de la familia.

¡Estos padres, les gusta burocratizar hasta los asuntos de Dios!, dijo en tono de sarcasmo y salieron para la Iglesia.

¿Qué fue lo que pasó, por qué se puso así el niño? Preguntó Joaquín mientras atravesaban a toda prisa el mercado municipal en penumbras.

Todo comenzó porque una de las invitadas a la fiesta de nuestro hijo mayor me pidió que le prestara al bebé y le estaba dando traguitos de ponche.

Es la esposa de Manuel, el amigo de Franco. -La conozco, interrumpió Joaquín, siempre me ha dado miedo, dicen que se le meten los espíritus y que grita como un animal-

Las cuadras parecían interminables pero por fin estaban en la esquina de la parroquia cuando vieron a Franco parado a mitad de la plaza a oscuras.

Franco había salido a buscar a una conocida para que fuera la madrina pero no había podido avanzar más allá de la plaza porque se había paralizado por los nervios. Por lo que ahora también faltaba una madrina.

¡Doña Oralia, despierten a doña Oralia! Dijo el Padre que luchaba para sostener en brazos aquel bulto que se arremolinaba con fuerza, apuntando hacia la habitación de la ama de llaves de la parroquia.

Otra vez se fueron hasta el altar y ordenó el Padre que le llevaran el agua bendita, comenzó a rezar en latín y de pronto pidió que descubrieran el rostro del bebé.

Al descubrirlo el bebé comenzó a convulsionar de nueva cuenta y el Padre a rezar con más fuerza y a rosear agua bendita sobre aquel cuerpo indefenso que agonizaba de dolor.

Después de unos minutos, el niño dejó de gritar y de pelear. Se quedó dormido. Alicia y Franco temieron lo peor.

Vayan a casa y esperen la voluntad de Dios, aquí ya no hay más que hacer, dijo el Padre Juanito, y se retiró al fondo del templo, donde se arrodilló y siguió rezando.

Alicia, Franco y Joaquín regresaron a casa exhaustos. Ya casi amanecía y el niño seguía dormido profundamente.

Finalmente el bebé despertó después del mediodía, sano y sonriente, con el brillo en aquellos enormes ojos negros. Se había salvado.

Finalmente había pasado el peligro cuando tocan a la puerta. Al abrir Alicia, sintió un escalofrío recorrer en su cuerpo. Ahí estaba otra vez la mujer.

Espera, dijo la desdichada, supe lo de tu hijo y solo vine a agradecerte, porque yo ya me curé también. Dios los bendiga, dio la media vuelta y se fue.

Saludos!
Oscar Pineda Tapia

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