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Calicante
CALICANTE
Por Oscar Pineda
La primera vez que viajé en tren fue por allá del año 1984, cuando tenía seis años de edad. Lo recuerdo como si lo hubiera vivido recientemente. Fue un viaje increíble.
Recuerdo la impresión que me causó ver aquella mole de acero acercándose a la estación del tren emitiendo un ruido ensordecedor y haciendo retumbar el suelo.
Ahí estaba yo parado frente a la taquilla, tomado de la mano de mi mamá mientras la gente corría como desesperados tratando de ser los primeros en subir al tren y ganar algún asiento disponible.
Cuando subimos al carro, así le decían los trabajadores del ferrocarril a los vagones, un hombre le dejó el asiento a mi mamá, porque así se acostumbraba en aquellos tiempos, y mi hermano y yo nos acomodamos en una de las maletas.
Confieso que estábamos espantados porque no habíamos viajado nunca en tren y dimos un salto cuando aquella bestia de hierro se puso en marcha y fue dejando mu lejos la vieja estación de Cerritos…
Las 10 horas siguientes fueron increíbles de épicos lugares, olores y sabores.
Había en el tren una especie de autoridad al que llamaban boletero, era quien supervisaba que todos los pasajeros hubieran pagado por el viaje. Tenían una memoria fotográfica que les permitía identificar los nuevos rostros después de cada estación.
Los garroteros se encargaban de hacer los cambios de vía y eran los que gritaban ¡vaaaamonos! Después de cada parada.
Viajar en segunda clase del ferrocarril en México tenía sus ventajas y desventajas, por ejemplo, no era raro que oliera a gallinas, comida y al humor de las personas.
De ese primer viaje recuerdo el momento cuando se detuvo el tren por más de una hora en un lugar conocido como El espinazo del diablo; a la orilla de la vía había una plantación de caña de azúcar que muchos pasajeros disfrutaron para hacer menos tediosa la espera.
Fue la primera vez que entré a un túnel, fue una emoción indescriptible. Recuerdo que mi hermano y yo nos abrazamos cuando se quedó sin luz el breve espacio en el que viajábamos con nuestra madre.
Llegamos a Tampico ya entrada la noche, con la ropa olorosa a fierro y con el morral lleno de vivencias para contar a nuestro regreso a la escuela.
Posdata…
Vive cada día como si fuera el último, nunca sabes si vas a estar.