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Hermosillo simula tener áreas verdes que, en realidad, no tiene

Fotos y realización: Erika del Carmen Llaguno Durón.

Texto: Ismael Ángel Meza Ortega.

El reloj marca las cinco de la tarde de un sábado de abril en una colonia de interés social cerca del límite norte de la ciudad de Hermosillo.

Entre el polvo y el zacate seco, Raziel patea un balón hacia una jardinera a medio caer, misma que lo rebota, sólo para patearlo una vez más.

“Apenas a esta hora me dejan venir a jugar” dice en voz baja, con inconfundible acento capitalino.

“Más temprano no porque hace mucho sol, y más tarde tampoco porque no hay luz, no es seguro, vienen cholos y mariguanos”, confiesa el niño de 11 años, mientras observa su balón como si quisiera encontrar los porqués en sus costuras desgastadas y a punto de romperse.

Apenas va entrando la primavera, pero ya hubo tres días seguidos con temperaturas mayores a los 40 grados en una ciudad que ha crecido abruptamente en las últimas décadas, una metrópoli que no ha tenido planeación, ni voluntad política para ordenar ese crecimiento e incluir espacios públicos suficientes con arbolado y vegetación.

¿Áreas verdes… o grises?

Hace unas semanas, el Gobierno del Estado anunció la rehabilitación de 88 parques en varias ciudades de Sonora, de ellos 31 son de Hermosillo. El total de la inversión anunciada es de 90 millones de pesos.

El reto que se propone el Gobierno es grande y promesas en el tema ha habido muchas. No se olvidan los 50 millones “invertidos” en La Sauceda o el abandono del “Hoyo de Bonilla”.

Por su parte el gobierno municipal anuncia cada semana la rehabilitación de algún parque vecinal, con un gasto tope de alrededor de 350 mil pesos. Malla ciclónica, pintado de canchas y luminarias es el grueso de los conceptos, la reforestación intensiva contemplada en el Plan Municipal de Desarrollo, aún no está incluida.

El pequeño parque donde juega Raziel tiene la mitad del área con andadores de concreto y la otra mitad es suelo raso donde se levanta una polvareda al menor bote de pelota. Tres mezquites son las únicas plantas que dan sombra en las esquinas, oasis muy pequeños si vemos el conjunto.

Esa es la regla y no la excepción en la mayoría de los parques de Hermosillo, que son clasificados como áreas verdes cuando en realidad tienen muy poco verdor. Muchos calificarían más bien como espacios deportivos, en el mejor de los casos, con canchas de concreto o con pasto sintético.

Algunos cuentan con juegos infantiles y equipo para ejercitarse, pero están desprovistos de vegetación y de las bondades que ésta conlleva: bajar la temperatura ambiente y limpiar el aire de contaminantes, entre los más importantes.

Otros lucen calientes y desolados, pues tienen uno o dos árboles, el resto es suelo desnudo, polvoriento o andadores de cemento. Algunos cuentan con bancas pero sin ningún tipo de protección para los rayos solares.

Delgado, moreno y de ojos vivarachos, despeinado por el viento, Raziel responde cuando se le pregunta si el municipio va a limpiar y cuidar el Parque.

“Nunca los he visto, los vecinos a veces limpian”, comenta.

Una estructura de tubos en el suelo indica que alguna vez hubo una palapa, pero quién sabe cuándo, pues —asegura el niño— “esos fierros siempre han estado ahí”.

La Dirección de Servicios Públicos Municipales dice tener 1080 espacios públicos entre plazas, jardines y parques, de muy diversos tamaños y condiciones.

Destaca, por ejemplo, el Parque Madero, excepcional por su tamaño y vegetación (después de la destrucción del Parque Villa de Seris en 2008), hasta múltiples áreas en el semi-abandono como en la que juega Raziel.

En total, son 3 kilómetros cuadrados de parques o áreas “verdes”, cantidad que no llega ni al 2% de la superficie total de la ciudad.

¿Por qué “verde”, así, entre comillas? La definición más aceptada internacionalmente es que un parque es aquel que reúne algunas características clave. Entre otras, tiene acceso público efectivo, está bien delimitado, tiene infraestructura para el deporte y esparcimiento y cuenta con cobertura vegetal.

La norma mexicana NOM-001-SEDATU-2021 “Espacios Públicos en los Asentamientos Urbanos” incluye a los parques dentro del apartado “Áreas Verdes Urbanas”. En su descripción dice que es un espacio para al paseo y convivencia de la población, que son destinados “a prados, jardines y arbolado, y contribuyen a la permeabilidad pluvial”.

Las plazas y espacios deportivos no entran en esta clasificación de “área verde urbana”.

Para el Reglamento de Desarrollo Urbano y Espacio Público de Hermosillo todos los parques, las plazas, los corredores, andadores y espacios deportivos son áreas verdes, sin mediar diferencia.

En el Reglamento de Ecología se señala que son efectivamente las que tienen plantas, pero también “las designadas en los programas municipales… aunque estén desprovistas temporalmente de vegetación”.

Por su parte, la reforma a la Ley de Ordenamiento Territorial y Desarrollo Urbano del Estado de Sonora del 2020 nombra “espacio público verde” a las plazas, parques y corredores de acceso público, pero limita la definición a que tengan “vegetación nativa o de bajo consumo hídrico”, como una orientación clara para las futuras reforestaciones.

Cuánto es realmente “verde”

María Magdalena Bernal Grijalva, investigadora del Colegio de Sonora (Colson), analizó en el 2017 el porcentaje de área realmente verde en una muestra de 112 parques de Hermosillo, midiendo las proyecciones de las copas de los árboles, los arbustos y el pasto. Lo que encontró fue que, en promedio, los parques estudiados tienen apenas el 27% de cobertura vegetal.

No hay un consenso sobre qué porcentaje es el ideal, considerando que también son necesarios los juegos, andadores y canchas. Un espacio sin estos elementos puede ser un oasis verde, pero podría ser poco eficaz. Al revisar las áreas que tienen mayor cobertura vegetal y que son claramente funcionales, como el Parque Madero y el Quinta Canoras, se puede decir que el ideal está en la franja del 50%-60%, tal como lo propone Bernal Grijalva.

Para que los efectos positivos de las áreas verdes impacten realmente en la población de las urbes, es común señalar que la cantidad mínima necesaria de área verde es 9 metros cuadrados (m2) por habitante. Muchos artículos fundamentan este dato en un documento de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que en realidad no existe. 

Lo que sí tiene la OMS es suficiente evidencia global sobre los beneficios que aportan las áreas verdes, resumidos en la publicación “Espacios verdes urbanos y la salud”.

La referencia, sin embargo, ha servido para instalar el mensaje de la falta de espacios públicos con cobertura vegetal. Por ejemplo, el Gobierno de México retoma y eleva ese indicador hasta los 16 m2 como lo recomendable.

Hermosillo tiene 936 mil habitantes (INEGI 2020), por lo que los 3 kilómetros cuadrados de espacios públicos mencionados resultan en 3.2 metros cuadrados de área verde por habitante, muy lejos de aquella meta. Pero interpretando el estudio de Bernal Grijalva, según el cual los parques tienen menos de la tercera parte de verdor, en realidad se tendría poco menos de 1 metro cuadrado de área verde por habitante.

Las ciudades capitales del país que más área verde reportan son Saltillo, que tiene 6.5 m2 y Aguascalientes con 5.9 m2. La Ciudad de México en promedio cuenta con 12 m2 por habitante, aunque distribuidas en forma muy desigual entre sus alcaldías.

Si bien es cierto que muchas poblaciones tienen menos área verde que Hermosillo, la “ciudad del sol” es junto con Mexicali, las ciudades más pobladas de México que soportan más de 80 días al año con temperaturas superiores a los 40 grados centígrados.

Morelia, por ejemplo, tiene 2.3 m2, pero su temperatura máxima rara vez llega a los 30 grados. Por otro lado, Los Mochis tiene también temperaturas extremas, pero su población es menos de un tercio que la hermosillense.

Más gente, más calor, más estrés

El aumento de la temperatura en la capital de Sonora a través de los años es un fenómeno que ha sido comprobado por estudios, mismo que se ha acentuado por el cambio climático. La tendencia continuará si no se interviene de manera contundente, advierten expertos.

La relación entre la cobertura vegetal y la temperatura urbana ha sido estudiada, entre otros, por Francisco Martín López González y Luis Alan Navarro Navarro, investigadores del Colson.

En el artículo “Cobertura Vegetal y la distribución de las islas de calor/oasis urbanos en Hermosillo”, llegan a la conclusión de que “un aumento de la cobertura vegetal de 0 a 50% tendría un efecto en la reducción de la temperatura del suelo de 5.7°C, como sería el caso de reforestar un parque (…) se tienen una gran área de oportunidad para convertirlos en verdaderos oasis urbanos.”

Los investigadores encontraron en el año 2021 que la cobertura vegetal total en Hermosillo es del 12%, incluyendo la de casas particulares, escuelas, etc. Según su criterio, la ciudad debe aspirar a tener un 25% de verdor.

Los beneficios que brindan los parques verdes van más allá de los servicios ambientales que proveen. Hay suficientes estudios que comprueban la huella positiva que provocan estos espacios en las condiciones de vida de la ciudadanía.

Sin embargo, la capital de Sonora se ha convertido en una zona de sacrificio, no por la contaminación industrial sino por las temperaturas extremas que se acentúan en las llamadas “islas de calor”. Las islas de calor son puntos donde el asfalto, las construcciones y la falta de espacios verdes impide que el calor acumulado durante el día se disipe por las noches.

La ciudad se ha convertido en un entorno peligroso para la salud, además de atentar contra el derecho de vivir “en un medio ambiente adecuado para el desarrollo y bienestar”, previsto en el Artículo 4 de la Constitución.

El punto donde se genera la isla de calor más aguda es en el Parque Industrial, al sureste de la mancha urbana, donde se encuentra la Planta Ford y sus proveedoras.

Pero otras acumulaciones importantes se detectan en barrios relativamente nuevos y de ingreso de medio a bajo. Las colonias La Cholla, Los Arroyos y Puerta Real Quinta Etapa, en el poniente, y Pueblitos en el norte ejemplifican notoriamente la situación.

El impacto benéfico en la salud mental en lugares con buena cobertura vegetal es algo también comprobado: hay evidencia de una influencia positiva en el estado de ánimo de las personas y en la reducción del estrés.

En consecuencia, uno de los muchos aspectos que estimulan las conductas violentas es la falta de espacios verdes. Las colonias mencionadas son conocidas por sus altos índices de violencia, marginación y abandono.

Esta relación también se puede ver en la alcaldía de Iztapalapa, en la Ciudad de México: tiene un alto índice de delincuencia pero es la que menos área verde contempla entre las alcaldías, con apenas 1.2 m2.

Los parques cumplen además una función social importante. Pueden ser los centros de colonia donde se crean lazos de comunidad y pertenencia, de identificación entre vecinos y ciudadanos. Ayudan en el restablecimiento del tejido social.

Historia de un quebranto

En contraparte a las islas de calor, los “oasis urbanos” o ambientes más agradables se encuentran en el centro u oriente, en las colonias originales o de primera expansión, mientras que el mapa de temperatura adquiere tonos más calientes conforme se avanza hacia el poniente y hacia el norte.

Según las etapas de crecimiento de Hermosillo y hasta la década de los sesenta, se observa que en el centro histórico y en las primeras colonias se dejaron, en algunos casos, suficientes espacios para parques y equipamiento como escuelas, templos etc.

Gracias a eso se crearon, además del Madero, parques grandes como el Jardín Juárez, la Plaza Emiliana de Zubeldía, el Heriberto Aja, el Tutuli, el 16 de Septiembre, el Parque de la Madre, el Copacabana y el ahora extinto Villa de Seris. 

Algunos han perdido vegetación en los últimos años, según documenta el Colectivo Ciudadanía Activa, misma que se ha reemplazado con banquetas y canchas. 

El argumento de las autoridades es que los árboles contraen enfermedades y mueren. Para Cristóbal Castillo, ingeniero agrónomo, paisajista y especialista en el tema, las plantas se enferman porque no tienen suficiente agua, viven estresadas.

Pero algo pasó a partir de los setentas, conforme crecía la urbe hacia el norte, poniente y sur. Una cuidadosa revisión de los mapas de crecimiento de la ciudad a través del tiempo, corroboran lo dicho por el investigador Alan Navarro Navarro.

Los parques se fueron reduciendo no sólo en número en comparación con el área total de crecimiento, sino también de tamaño. Con pocas excepciones, se fueron haciendo cada vez más pequeños.

A partir de 1985, la Ley No. 101 de Desarrollo Urbano formalizó la donación del 3% del área vendible para espacios verdes. 

A pesar de eso, en estas décadas se observan muy pocos parques o ninguno en los asentamientos que la ciudad le ganó al monte. ¿Dónde quedaron las áreas públicas? 

Hay, por lo menos, dos respuestas.

“La ciudad se ha visto afectada por grandes extensiones de asentamientos irregulares, ‘invasiones’, que no han contemplado áreas verdes”, acepta José Eufemio Carrillo Atondo, director del Instituto Municipal de Planeación (IMPLAN).

Los ‘invasores’ iban más rápido que las lotificaciones, el municipio se conformaba con regularizar lo ya seccionado.

La frase “regularización de lotes” estaba en boga; también se dejó atrás la colonia abierta para dar paso al fraccionamiento.

Hay, por otro lado, muchos testimonios de áreas que fueron públicas y que en un momento dado se cambió en Cabildo el uso de suelo y se vendieron, incluso con el aval de los vecinos. “Es algo que seguramente ocurrió en algunos casos”, dice Carrillo Atondo.

“Hubo un cambio en el modelo de desarrollo urbano, en el índice de suelo habitacional, en el mercado de terrenos”, dice Luisa María Gutiérrez Sánchez, de la academia de arquitectura de la Universidad de Sonora. 

Hermosillo cuadruplicó su población entre 1960 y 1990, por ello en ciertas zonas la ciudad creció de forma tan caótica que impidió una verdadera planeación urbana que incluyera espacios públicos.

Aquí algunos ejemplos: En el norte de la ciudad, un parque con suficiente vegetación puede estar tan distante como 3 kilómetros uno del otro. 

En la colonia Solidaridad, una de las más pobladas, viven 16,256 personas (INEGI 2020). El único espacio público que tiene es el Centro Hábitat Solidaridad I, cuyas canchas y espacios de recreación suman 5 mil metros cuadrados, pero no tiene un parque.

Un aspecto importante es que las áreas verdes estén a una distancia tal que se pueda llegar caminando sin depender de un auto. Algunos especialistas manejan como ideal una distancia de 5 minutos, aunque otros dicen que hasta 15. El promedio son 10 minutos, que equivalen a cerca de 720 metros de distancia al paso de un niño o de un adulto mayor.

Si se dibujan círculos de ese intervalo en los parques del sur-poniente de la ciudad, se genera un polígono irregular de 8.1 kilómetros cuadrados sin espacio público verde. 

Este polígono cubre parte de colonias tradicionales (Villa de Seris, Piedra Bola, Emiliano Zapata) pero también buena parte de asentamientos relativamente nuevos (Apache, Las Minitas, Los Olivos), y su población sería alrededor de 45 mil personas.

Por supuesto que hay parques y centros deportivos dentro de éste polígono, pero son canchas y campos con pasto sintético y muy poca vegetación: en realidad son áreas grises. Un común denominador de la mayoría de estas colonias es que son de clase media a media baja, y algunas hace apenas unos años eran invasiones.

Falta de política pública ambiental

A pesar de que la cifra de 1080 espacios públicos puede parecer muy alta, en realidad la mayoría son pequeños y con muy poca vegetación.

Las causas de la falta de parques, y de que estos sean realmente grises y no verdes son más de una, aunque podemos decir que tienen un común denominador: las administraciones municipales y estatales han sido omisas en su responsabilidad de proveer espacios públicos de calidad.

¿Qué pasó con los 720 mil árboles plantados del 2003 al 2019, según cifras oficiales? La vegetación urbana que se ha perdido en años recientes es porque eran especies exóticas que requieren mucha agua, dicen las autoridades.

“Cumplieron su ciclo de vida o contrajeron enfermedades”, justifica Amparo Fontanot, directora de Parques y Jardines de la actual administración.

Cristóbal Castillo comenta: “Los árboles de Hermosillo están estresados, y estresados son vulnerables a plagas y enfermedades”.

Ahora la norma indica que debe reforestarse solo con plantas nativas, que requieren poco consumo de agua. Y no todo es mezquite y palo verde: la paleta vegetal aprobada por el IMPLAN contempla 140 plantas, entre árboles, arbustos y hierbas.

“Que no se hayan hecho los suficientes parques con verdor en las últimas décadas, ¿le parece algo criminal?” se le pregunta al investigador Alan Navarro.

“La respuesta rotunda es sí, es una injusticia ambiental”, contesta, “tener un ambiente sano es un derecho humano, sin mediar el estatus socioeconómico”.

Como los parques por donación de área no son suficientes, ha hecho falta otro mecanismo de generación de estos, pero “hace ya bastante tiempo que el Ayuntamiento no genera espacios públicos verdes comunitarios, de todo un sector”, admite Carrillo Atondo.

El principal problema para la creación de áreas verdes en zonas ya consolidadas de la ciudad es que todo es terreno con construcciones privadas o vialidades. Algo parecido sucede con los grandes lotes baldíos que están dentro del casco urbano y que podrían habilitarse como parques.

Lo explica el arquitecto Carrillo Atondo: “La capacidad de pago del Ayuntamiento suele ser reducida, y los valores de uso de suelo en esas zonas es alto. Por eso se busca en zonas periféricas donde todavía el municipio se puede hacer de propiedades”.

A pesar de que existe una abundante legislación sobre el tema (4 leyes y 4 reglamentos), toda normativa ha quedado en letra muerta pues en los hechos no ha existido una clara política ambiental, de generación de parques, ni un plan de reforestación a largo plazo, como lo expone también Bernal Grijalva en su investigación.

Un manejo integral del ecosistema urbano no ha sido, de lejos, una prioridad. Por ejemplo, a pesar de que la “Ley del árbol” fue aprobada hace 6 años, algunas de sus principales directrices no han sido implementadas por los municipios, incluido Hermosillo. 

El Sistema Municipal de Arbolado Urbano y el Fondo Municipal del Cambio Climático son algunas de esas omisiones. El argumento principal es la falta de presupuesto, como se verá en la segunda parte de este reportaje.

Lo único que se puede hacer, con lo que ya está, es que los parques y los demás espacios públicos tuvieran más cobertura vegetal.

Puede pensarse que la necesidad de mayor vegetación es algo en lo que todos los hermosillenses estarían de acuerdo, pero no es así.

Según lo presentado en el Plan Municipal de Desarrollo 2021-2024, una encuesta arroja que apenas el 10% de los usuarios consideran que su parque no tiene árboles, el 30% dice que sí tiene pero que necesita más, mientras que más del 50% dice que sí tiene.

Agua, dinero, voluntad. ¿Qué falta?

Los niños Ernesto y Bianca viven en una colonia vecina a la de Raziel. Por las tardes se entretienen en los columpios de su parque. Bianca es extrovertida y accede con entusiasmo a una pequeña entrevista.

“Sí nos gusta aquí porque podemos venir a jugar y a correr”, dice. Con sus cinco árboles, el área tiene apenas una quinta parte de verdor, pero está igual de polvoriento que el vecino.

Ernesto tiene otra idea: “A mí no me gusta tanto mi parque porque no se parece al Parque Madero”. A diferencia de Bianca, el niño puede comparar, pues tiene la experiencia de visitar un parque con más de 50% de cobertura vegetal. Parece entendible que no le emocione mucho su propio espacio.

¿Por qué no hay más plantas en los parques? ¿Qué es lo que hace falta? ¿Es la escasez de agua un reto insuperable, como se ha dicho siempre?

“Claro que no”, contesta el maestro universitario y activista Isabel Dorado Auz, quien tiene por lo menos 14 años defendiendo los espacios públicos en la ciudad. “Toda el agua que pudieras ‘gastar’ en el riego de las plantas, se te devuelve tarde o temprano, y con abundancia”, comenta Dorado.

“Los parques tienen un enorme potencial para la reforestación, pero debe hacerse con árboles nativos, que no compitan con el agua potable”, insiste Alan Navarro.

“El agua es escasa y tengo pocas pipas, ahorita por ejemplo andan en el norte de la ciudad repartiendo a la gente sin agua”, confesó sobre el tema Sergio Pavlovich, de Servicios Públicos Municipales.

Para Cristóbal Castillo, todo es posible: “Con una buena técnica para mantener húmeda la tierra y no para ‘regar las plantas’, se puede ahorrar mucha agua”, explicó Castillo. “Es una técnica japonesa, podemos levantar un proyecto con plantas de todo tipo, no obligadamente nativas o desérticas”, agregó.

“Tenemos una campaña para reforestar con plantas nativas, vamos a sembrar 5 mil árboles este año y 10 mil el próximo”, dice Amparo Fontanot.

Mientras que el gobierno estatal ha anunciado una inversión de 300 millones de pesos para el rescate de La Sauceda, y el Ayuntamiento otros 70 millones para el EcoParque, el promedio del presupuesto anual ejercido del 2015 a la fecha en Parques y Jardines es de 60 millones de pesos, lo que representa el 1.2% del presupuesto total del Municipio para el 2022.

La funcionaria ríe cuando se le pregunta por el presupuesto para su área. “Hay que extender la cobija”, expresa Fontanot.

Próxima entrega: No hay presupuesto suficiente, reconocen.

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