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Campeón olímpico venezolano trabaja como repartidor en Polonia

El País

POLONIA.- Rubén Limardo es parte de la llamada “generación de oro” del deporte venezolano. Así fue bautizada por el expresidente Hugo Chávez. Una racha de glorias que acompañaron los años de altos precios del petróleo y las políticas de inversión del chavismo que, sin embargo, no sirvieron para formar una verdadera cantera. Con 26 años, Limardo se llevó una medalla de oro en esgrima en los Juegos de Londres de 2012 —la segunda lograda por Venezuela— y se convirtió también en un campeón de la revolución bolivariana. Este lunes publicó en sus redes sociales que se estaba ganando la vida como repartidor de pedidos de comida para la aplicación Uber Eats en Polonia, donde entrena y vive. “No puedo sentarme a esperar los recursos que debo ganar por mi labor como atleta”, se quejó en una serie de tuits que publicó junto a su foto en bicicleta con su mochila verde de repartidor en las calles de la ciudad de Lodz.

“En un año normal hoy estaríamos hablando de lo que sucedió en Tokio 2020, pero ya ven que no es así. La crisis de mi país, la pandemia y perseguir un sueño a veces no es tan buena combinación”, escribió. “Como muchos de mis compañeros atletas, mis hermanos y yo hemos tenido que buscar una alternativa para generar ingresos. Desde hace 19 años vivo en Polonia. Desde hace cinco soy padre de familia, por lo que puedo decir, orgullosamente, que además del deporte tengo un trabajo para ganarme la vida y mantener mi hogar”. Aseguró que, aun así, continúa su entrenamiento para los Juegos de Tokio aplazados para 2021 por la pandemia.

Los tuits han generado un revuelo en el crispado ecosistema de las redes sociales en Venezuela. No es el primer mensaje crítico con el Gobierno chavista que hace el atleta.

Hace cinco años, se presentó a las elecciones legislativas como diputado por el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Limardo debería estar representando en la Asamblea Nacional al Estado Bolívar –tierra de espadachines–, donde dio sus primeras peleas de esgrima. Resultó elegido suplente de Héctor Rodríguez, delfín de las juventudes chavistas y hoy gobernador del Estado Miranda. Pero su alto rendimiento en el deporte no es el mismo que en política. Nunca se incorporó al Parlamento que inició sesiones en el año de los Juegos de Río de Janeiro de 2016, al mismo tiempo que el Gobierno de Nicolás Maduro comenzaba a bloquear la actuación del poder legislativo, controlado por la oposición.

Limardo creció en una familia de izquierda, de militantes de la Liga Socialista, y alguna vez dijo tener interés en ser ministro. Prestó su imagen a la campaña en esa contienda para el chavismo, en la que a la postre perdieron el control del Parlamento.

Tres años antes, cuando Chávez lo condecoró por el oro de Londres, había pedido no ser identificado como un actor político. Cuatro años después de haber sido electo diputado declaraba que no le gustaba la política.

Le ha costado deslastrarse del alto perfil político que adquirió en 2015 cuando el propio Maduro le alzó el brazo como candidato y anunció su inclusión en la lista del PSUV. Su breve duelo político hizo creer que se estaría beneficiando de sus vínculos con el Gobierno y su desempeño como atleta. “Para quienes creen que algunos tenemos privilegios por los resultados déjenme decirles que no es así”, asegura en su hilo.

Entrar en la moledora de propaganda del chavismo y competir por un cargo público —aun sin residir en Venezuela, un requisito que pasó por alto el Consejo Nacional Electoral de entonces— es algo de lo que se ha arrepentido. Aunque lo hiciera con aspiración de impulsar sus proyectos sociales como Los Polaquitos, con el que forma a niños en el esgrima y los lleva a competir en el extranjero, o recuperar una importante sala de armas para los entrenamientos de esgrima en Venezuela.

“Oigo mucho hablar de Venezuela potencia, pero mi hermano Francisco, medallista panamericano, sale corriendo del entrenamiento a trabajar como DJ, otros del equipo trabajan como mesoneros. Mientras tanto países como Brasil mandan atletas a foguearse en Europa”, dijo en septiembre en una entrevista cuando entró en el Salón de la Fama de la esgrima mundial, el primer latinoamericano en lograrlo. “Para recuperar el nivel del deporte nacional es necesario tener planificación, recursos, logística, pero lo más importante es el conocimiento”, comentó.

En los Juegos Panamericanos de Lima, en 2019, también se encendió en críticas al Gobierno de Nicolás Maduro por la falta de apoyo al deporte olímpico, que vive su peor momento en un país devastado por la crisis. En esa cita alzó la voz por las dificultades que pasó la delegación venezolana durante las competiciones, como la hipotermia que sufrió Paola Suárez por competir en aguas abiertas sin el traje de neopreno que requería.

La grave crisis humanitaria ha expulsado ya a cinco millones de venezolanos, entre los que también se cuentan deportistas. La falta de conexiones aéreas complicó los viajes para los entrenamientos. Luego vinieron todas las demás carestías. A gran parte le ha tocado emigrar para poder continuar con sus carreras, teniendo incluso que formar parte de las filas de repartidores venezolanos que ha engordado la diáspora, como le ha tocado ahora a Limardo a los 35 años de edad en medio de la pandemia, cuando por primera vez ha tenido que trabajar en otra cosa que no sea la esgrima.

También es significativo el caso de Yulimar Rojas que ha arrasado con títulos de salto triple, pero que se forma desde hace cinco años en España, pues en Venezuela no hay condiciones para desarrollar atletas de su nivel. No todos han tenido el patrocinio ni las posibilidades de Rojas o Limardo. Israel Rubio, medallista en Atenas 2004 en levantamiento de pesas, emigró en 2017 de Venezuela y trabaja como obrero de la construcción en Colombia. Parte del equipo de natación en aguas abiertas sobrevive en Bolivia —donde pueden aprovechar la altura para el entrenamiento— vendiendo pizzas.

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